viernes, 2 de septiembre de 2011

LOS RETOS DEL NACIONALISMO EN EL MUNDO DE LA GLOBALIZACIÓN


A partir de la resurgencia y vitalidad del fenómeno nacionalista en nuestros días, en contraste con el otro fenómeno, aparentemente contrario, de la globalización, el ensayo busca encontrar las razones de la actualidad del nacionalismo. A través de un recorrido por diferentes teorías y modelos, y la individualización de los aspectos específicos del fenómeno nacionalista entre historia y antropología, en el marco de las definiciones más aceptadas de lo que es la globalización, se llega a poner en evidencia la dimensión del nacionalismo como generador de identidad social y su significado complementario frente a la globalización.

Para comprender el significado de este mayúsculo resurgimiento mundial es necesario penetrar la naturaleza del fenómeno, ponerlo en relación con el otro, aparentemente contradictorio, de la globalización y encontrar el sentido de su irrupción tan exitosa en la esfera de la política y cultura contemporánea. Puesto que el nacionalismo se muestra desde siempre reacio a definiciones claras, unívocas, comenzaré esta exposición con su genealogía, un esbozo de su contextualización en el tiempo.
Las raíces históricas: una visión retrospectiva
No es necesario remontar muy atrás para encontrar los rastros del nacionalismo. Históricamente es un producto genuino de la modernidad. Su primera manifestación reconocible es la declaración del Tercer Estado, en el París de 1789, donde éste es la “Nación” soberana, reunida bajo los lemas de “libertad, igualdad, fraternidad” y, muy pronto, el tricolor, el gorro frigio y la “marsellesa”. “La Revolución Francesa”, escribe Jean Plumyène (1982:19):
Tiene, en la historia, el papel de arranque [...]. Con la Revolución Francesa el nacionalismo abandona las regiones del sueño de su elaboración y cae, por así decirlo, del cielo, precipita en la tierra, toma cuerpo, entra en la actividad “política”. “¡Viva la Nación!”. El grito resuena en la historia del mundo por primera vez al derrumbarse el poder real, cuando las masas movilizadas mueven la guerra a los tronos marchitados.
La idea revolucionaria de “nación” con sus corolarios de soberanía pop u lar e igualdad ciudadana se propagó en pocos años como un fuego por toda Europa. Era una idea que había encontrado bayonetas: las de la Grande Armée de Napoleón Bonaparte. La “nación” simbolizaba entonces la unidad y autodeterminación política del “pueblo”, entendido como la unión de los ciudadanos libres e iguales frente a los poderes tradicionales de las aristocracias y realezas del continente. Un mensaje democrático explosivo que los franceses anunciaban a todo el mundo, al izar el tricolor de la Grande Nation en las tierras que caían rápidamente bajo el dominio de un aparato militar nunca antes visto.
Muy pronto fue claro que el pretendido “universalismo” de la nación francesa era, en realidad, un nacionalismo par tic u lar que manifestaba desde el comienzo rasgos imperialistas, teniendo a Rous -seau como su teórico fundamental. Otras “naciones” tomaron vida por inspiración o por reacción; destacaron Italia y Alemania. Fuera de las fronteras de Francia poblaciones culturalmente distintas tomaban pronto conciencia de su diferencia étnica e histórica, reivindicando para sí mismas libertad y soberanía, e “imaginándose” como comunidades (Anderson, 1991:5-7).


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